SI MANUEL BELGRANO VIVIERA: se cree que lucharía contra los entregadores del litio, los evasores y especuladores, como los antipatria que se refugian en la embajada norteamericana

El prócer Dr. Manuel Belgrano, en fotografía estilizada con los recursos de los actuales programas cibernéticos. (Foto: La Nación).

BUENOS AIRES (Especial-EL SOL ABC). Estamos transitando un mes patrio con mucho sentido histórico del pueblo, que en sus diversas luchas va conquistando lo que merece, lo que le pertenece. Así rescatamos la gran obra del General Manuel Belgrano, un insigne hombre que supo dirigir su lealtad hacia el suelo que lo vio nacer y defenderlo de los enemigos de la Patria, que estaba en formación.

Hoy ese hombre, no sólo docto sino valeroso, solidario y con una inteligencia que se prodigaba más allá de su propio tiempo no sólo luchó contra el invasor, sino que mostró el camino para la conformación de lo que hoy llamamos República Argentina. Y sería él, el hombre que se pondría al frente para “oponerse a toda entrega de nuestros recursos naturales, a castigar a quienes pudiendo esconden sus tributos al Estado o buscan valerse de todas las artimañas judiciales y comerciales para evitar que el país se desarrolle en forma equilibrada en toda su superficie. No existiría la entrega de Lago Escondido a un agente del enemigo como lo es el empresario Joe Lewis, que además presta esta residencia para intrigas palaciegas que puedan entorpecer la gestión de gobierno”. Tampoco existiría la Mafia Judicial, porque sería el primero de entregarlos de cara al pueblo a aquellos lacayos de las “órdenes superiores”. Y también defendería el sentido nacional que se manifiesta en la cultura, en el resguardo de la historia y la inclusión del pobre, que fue el que puso el cuerpo en sus expediciones al Paraguay o al Alto Perú (Bolivia), cuando los terratenientes de la provincia de Buenos Aires se negaban a entregar apoyo para la conformación de lo que hoy es Argentina: no querían donar ganado para la alimentación del Ejército ni tampoco dinero para la compra de fusiles y municiones. Todo esto lo esconden los jerarcas de los grandes medios como editoras de libros de enseñanza, porque esto no les conviene que se sepa.

 

Lo que ellos dicen

Sólo para disimular su “patriotismo” publican nota, como la que publicó La Nación, bajo el título “Manuel Belgrano. Cómo estaba conformada su numerosa familia”, escrita por Daniel Balmaceda, para hablar sólo de su biografía:

“Domenico Francesco María Cayetano Belgrano, 26 años, oriundo de Oneglia (situada a 120 kilómetros de Génova), y María Josefa González Casero, 15 años, porteña de familia patricia oriunda de Santiago del Estero, consagraron su matrimonio el 4 de noviembre de 1757 en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, ubicada en las actuales Reconquista y Perón. Al año siguiente, celebraron la llegada de una niña, a la que llamaron María Florencia.

Domenico había forjado una buena posición dedicándose al comercio y a la provisión de pulperías. Por lo tanto, aunque los Belgrano no integraban el núcleo más tradicional, formaban parte del pequeño grupo acomodado de la ciudad.

La familia siguió creciendo a medida que fueron naciendo los otros hijos: Carlos José (1761), José Gregorio (1762), María Josefa Juana (1764), Bernardo José Félix Servando (1765), María Josefa Anastasia (1767), Domingo José Estanislao (1768) y Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, el 3 de junio de 1770. Luego llegarían más hermanos: Francisco José María (1771), Joaquín Cayetano Lorenzo (1773), María del Rosario (1775), Juana María Nepomucena (1776), Miguel José Félix (1777), María Ana Estanislada (1778), Juana Francisca Josefa Buenaventura (1779, le decían Francisca) y Augustín Leoncio José (1781), último hijo del matrimonio, que no era Augusto ni Agustín.

A partir de Florencia en 1758 y hasta Augustín en 1781, el matrimonio Belgrano tuvo dieciséis hijos durante veintitrés años. Tres de ellos, María Josefa Juana, Bernardo y María Ana, no superaron la niñez. Mientras que Augustín murió en mayo de 1810, antes de la Revolución, probablemente en la Banda Oriental.

 

Buenos Aires modelo 1770

Conozcamos aquella lejana Buenos Aires que vio nacer al prócer en 1770. Tenía veintidós mil habitantes. Una catedral construida a medias y cincuenta hornos de ladrillos, lo que significaba que el crecimiento edilicio empezaba ser importante.

Contaba con poco más de veinte coches en aquellas setecientas manzanas, pero las perspectivas eran buenas porque la ciudad austral perteneciente al reino de España comenzaba a tener vida y a competir con otras de América.

Un pormenor, de relevancia para el vecindario, fue que por primera vez en 1770 hubo mayoría de comerciantes en el cuerpo colegiado del Cabildo.

En cuanto al aspecto físico de la ciudad, el gobernador Francisco de Paula Bucarelli había observado que Buenos Aires carecía de un paseo, un sitio de esparcimiento, una alameda. Aunque no fueron álamos precisamente los que se plantaron, se diseñó en la rivera un sendero arbolado, a un costado del Fuerte y hacia el norte, para el lado de Retiro.

Si bien el pequeño Manuel habrá concurrido en brazos de sus padres o de sus hermanos mayores, sus paseos no deben haberse limitado al área lindera al Fuerte. La familia también era propietaria de una quinta en la actual zona de Vicente López y también tenía tierras en Caseros (distante a veinticuatro kilómetros del centro), nombre que surgió del apellido González Casero, el de la madre de Manuel.

En la ciudad disponían de casas y terrenos que completaban el patrimonio familiar. Una de las propiedades se encontraba frente a la iglesia de San Francisco, sobre la actual calle Alsina. Otra, en la calle del Santo Cristo —hoy 25 de Mayo—, muy próxima a la Alameda. La principal, hogar de los Belgrano, se situaba a pocos metros de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario (que solemos llamar Santo Domingo), en la actual avenida Belgrano 430. Allí nació —y murió— el prócer.

Para Manuel Belgrano, el círculo familiar representó una parte fundamental de su vida. Es un aspecto a destacar porque en muchas figuras de la historia no es sencillo advertir el mismo sentimiento afectuoso que unía a los Belgrano, una familia que continuaría unida hasta la muerte del último de los hermanos. Sin duda, Josefa y Domenico habrán tenido suficiente injerencia para que este rasgo fuera tan fácilmente notable.

Como si se tratara de un requisito necesario para adaptarse a un territorio español, Belgrano Peri castellanizó su nombre y modificó su segundo apellido, convirtiéndose en Domingo Belgrano Pérez. Debido a este cambio, hay antecedentes de la familia que sólo pueden ser localizados si se buscan bajo la referencia “Pérez”. Por ejemplo, en el censo realizado en 1778, encontramos a los Belgrano viviendo en la tradicional casa, pero bajo el nombre de: familia Pérez. Ese año, y valiéndonos de las referencias aportadas por el censista, el grupo familiar que habitaba la casa era el siguiente:

El matrimonio “Pérez González”, Domingo y María Josefa. La hermana y cuñada, Dominga González. Los hijos Carlos, José, Domingo, Manuela, Francisco, Joaquín, Miguel, Juana y tres Marías: Josefa Anastasia, del Rosario y Ana, a quien, por supuesto, llamaban Mariana.

En cuanto a los esclavos de la casa, el padrón registró un total de dieciséis en la familia “Pérez González”. Nueve hombres y siete mujeres. Entre los varones, el mayor era Rafael, de cuarenta años, y el menor, Antonio (19). Respecto de las mujeres, la más pequeña era Tomasa (17), mientras que la mayor era María (50). Casi todos eran negros, salvo el mulato José y tres mulatas, Juana, Inés y la mencionada Tomasa. No figura, en cambio, la mulata María Melchora, quien tenía veinte años el 12 de octubre de 1776, cuando don Domenico la compró a Petrona Rivas. Mulatos eran los hijos de una persona de raza blanca y otra negra.

Aunque varios nombres de los sirvientes se repiten, mencionaremos al pasar los de algunos más: Sebastián, Vicente, Antonio, Tomás, Teresa, Isidora y Camila. Ellos convivieron con Manuel Belgrano y el resto de la familia en la histórica casa del barrio de Monserrat.

Aprovechamos la mención del prócer para una acotación final. Si el lector prestó atención a la nómina, habrá advertido que el futuro general no ha sido nombrado. En realidad, sí. Fue censado, pero su nombre apareció mal escrito. En el censo de 1778, Manuel Belgrano figuró como Manuela Pérez. La correspondencia familiar nos permite afirmar que los hermanos lo llamaban Manuelito”. (Texto extractado del libro: “Belgrano, el gran patriota argentino”, del mismo autor).