FILOSOFÍA: “La ética de nuestras intuiciones”

El filósofo inglés Bertrand Russell. (Foto: Esquire).

BUENOS AIRES (Especial-EL SOL ABC). El académico y profesor Nicolás Zavadivker ha escrito para la Revista de Filosofía y Teoría Política, diciendo en su prólogo: Este documento está disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, el repositorio institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, que procura la reunión, el registro, la difusión y la preservación de la producción científico-académica édita e inédita de los miembros de su comunidad académica”.

Y tomando una parte del extenso y medular análisis que hace el Prof. Zavadivker del filósofo inglés Bertrand Russell sobre su teoría emotivista de los valores, extrajimos los párrafos que nos parecen de un enorme aporte para quienes ocupan espacios de poder dentro del Gobierno actual y que están enfrascados en una lucha invisible, pero dañina para las estructuras y la organización misma de esta coalición de gobierno.

El profesor Zavadivker remarca, en su exposición: “Russell acusó la fuerte influencia de Moore y llegó a escribir en 1910 una encendida defensa del intuicionismo, y por tanto de una forma de objetivismo, titulada ‘Los elementos de la ética’. [1] Allí afirmó, entre otras cosas, que la ética es una ciencia y que su fin es ‘descubrir proposiciones verdaderas acerca de la conducta virtuosa y viciosa’. [2] Sostuvo, con Moore, que el bien es una cualidad no natural e indefinible, asequible por intuición. Esa intuición revela que la acción objetivamente correcta es, entre las posibles, la que tiene la mayor probabilidad de alcanzar las mejores consecuencias. En suma, Russell comenzó sus desarrollos en filosofía moral defendiendo una ontología objetivista y una posición gnoseológica cognitivista, en la variante metaética del intuicionismo de Moore. [3] De esa misma posición renegaría más adelante en estos términos:

[La teoría intuicionista] tiene, sin embargo, un grave inconveniente, a saber, que no existe un acuerdo general sobre qué tipos de actos deberían ser realizados, y que la teoría no proporciona medios de decidir quién tiene la razón cuando hay desacuerdo. Así se convierte, en la práctica aunque no en la teoría, en una doctrina egocéntrica. Si A dice ‘deberías hacer esto’ y B dice ‘no, deberías hacer aquello’, sólo sabemos que esas son sus opiniones, y no hay forma de saber cuál es la correcta, si es que alguna lo es. Sólo se puede escapar a esta conclusión diciendo de forma dogmática: ‘siempre que haya una discusión sobre lo que se debe hacer, yo tengo razón, y los que no estén de acuerdo conmigo están equivocados’. Pero como los que no estén de acuerdo harán una reclamación parecida, la controversia ética se convertirá meramente en una pugna de dogmas opuestos”.[4]

 

Referencias:

[1] Hay traducción al castellano en Russell, Bertrand (1993) Ensayos filosóficos, Barcelona, Altaya. Citaré según esas versiones.

[2] Ibid., p. 11.

[3] El intérprete Álvaro Carvajal Villaplana –siguiendo a Lilian Aiken– sitúa el período intuicionista de Russell entre 1900 y 1914. Adviértase el carácter significativo de la fecha del corte con el intuicionismo: a Russell le alteró sus esquemas el comprobar que las personas se entusiasmaban masivamente con el comienzo de la 1ª Guerra Mundial, entusiasmo que lejos se encontraba de la intuición de las mejores consecuencias.
[4] Russell, Bertrand (1999) Sociedad humana: ética y política, Barcelona, Altaya, p. 114. Su rechazo al intuicionismo aparece, no obstante, ya en fechas muy anteriores a la publicación de este libro.