LA OPINIÓN DE HORACIO GONZÁLEZ: “Lo sabíamos”

Horacio González es otro de los que se siente decepcionados por el recule del Gobierno. Lo expresa con alta categoría. (Foto: El Cronista).

La decisión de aceptación de la “propuesta superadora” presentada por Omar Perotti a la expropiación de Vicentín es de marcha atrás, afirma Horacio González en esta nota, y sostiene que se abre un panorama gris para el Gobierno que cede ante porciones de la clase política que expresan, sin dejar de ser aliados, los rumores y comidillas de respeto al amo indiscernible. Es decir, los intereses sectoriales que provienen del sector nuevo de los agronegocios.

 

Por Horacio González *- (para La Tecl@ Eñe)

BUENOS AIRES (Especial). Que no iba a ser fácil, lo sabíamos. Que los setenta balcones y ninguna flor de avenida Santa Fe y Callao saldrían al “banderazo”, lo sabíamos. Que Moreno había auscultado el corazón empresarial, usando ahora estetoscopio y no guantes de boxeo, lo sabíamos. Que saldría un juez de primera instancia o de la instancia que fuera, cuya jurisdicción se radicase en el área de influencia de Vicentín –obvio– o en Calamuchita –menos obvio– pero siempre bajo el influjo de Vicentin Family Goup, lo sabíamos. Que el debate en las cámaras iba a ser tenso y se sacudiría nuevamente la opinión nacional, lo sabíamos. Que los profesionales del peronismo siempre-listo, tenían el sismógrafo social midiendo su propio susto, lo sabíamos. Que los grandes emporios comunicacionales remendaban noticias con la futurología del descontento en el “campo”, lo sabíamos. Que la palabra expropiación, que está en el lenguaje constitucional pero los buenos guardianes de la Argentini Family la leían como si fuera los ladridos de los perros huérfanos de la calle, lo sabíamos.

¿Hay explicaciones por qué no pudo resistirse a estos comandantes en jefe de la soja, el aceite de sésamo y oliva y biodiesel, y a esa aceptación de la “propuesta superadora” de Perotti? No habrá sido por los aires de dialéctica hegeliana que tiene esa expresión. En verdad, esa propuesta que canjea intervención por expropiación, releva un preocupante retroceso del Gobierno nacional ante la primer hojarasca chamuscada que le presentaron los augures de un grupo social siempre al acecho, organizado por la corporación mediática, los émulos argentinos del juez Moro, las empresas con puertos privados sobre el Paraná, los celadores diurnos y nocturnos de la gran propiedad, que no era atacada en su concepto productivo y jurídico genuino, sino en su expresión ilegal, tanto en la circulación financiera, como las deudas con los bancos y las tramas empresariales compuestas por máscaras propiciatorias necesarias para encubrir los circuitos de deudas y fugas dinerarias.

Estas palabras no están dictadas por alguien que tiene la brújula reluciente y perfectamente aceitada en medio de la tormenta, ni de alguien que espera tropiezos gubernamentales para confirmar sus pequeñas cobardías de sabelotodo de la politología pegada con alfileres. Hablo con una preocupación ostensible y sin hostilidad alguna hacia el Presidente, cuya circunstancia vital, política y decisoria imagino sumergida en condiciones de alta dificultad. Ya otras veces he imaginado que ahora no puede ser un político de carrera, que va tanteando la decisión con graduaciones de avance y retroceso. Ahora está frente al abismo con el que la historia nacional reciente se ha encontrado muchas veces, y la tempestad que se arremolina allá abajo está indicando que, o nos convoca una forma de recobrar efectivamente la capacidad social autónoma de decidir ante los grandes poderes mundiales o la idea nacional soberana seguirá ampliando su alarmante letargo.

Se abre un panorama chato y gris, ahora, para el Gobierno. De un debate que iba a ser difícil pues era no otra cosa que un debate sobre la suerte y el destino colectivo de un conglomerado humano, memorístico y productivo llamado Argentina, se presentara ante nuestros ojos incrédulos una innecesaria aflojada ante porciones de la clase política que expresan, sin dejar de ser aliados del gobierno, los rumores y comidillas de respeto al amo indiscernible, es decir los intereses sectoriales que provienen del sector nuevo de los agronegocios, que controlan –fea palabra controlar, pero es así, no gobiernan ni persuaden, controlan–, todo el tráfico del comercio exterior que hace del Paraná, el viejo río, un circulador hídrico alienado por fuerzas financieras internacionales que asfixian la decisión autónoma del país.

Hay muchos antecedentes de esta situación, si los vemos por su cara más oscura y excesiva. Y aunque este no es el caso, los recordamos. En el comienzo del gobierno de Menem, el Ministerio de Economía de la Nación fue otorgado a los ejecutivos de Bunge y Born, una empresa en ese entonces mucho mayor que Vicentín, y del mismo rubro cerealero, alimenticio y textil, entre otras derivaciones. Como recuerdo adicional, y que aplasta al analista político que no sepa ver las fuerzas más oscuras que gobiernan los eventos políticos aparenciales y visibles, el secuestro de los Born y la concurrencia de estos al casamiento en Punta del Este de uno de sus secuestradores. No escribimos este párrafo como una púa estúpida, sino para que aumente la serenidad de las decisiones necesarias si aumenta la espesura de los hechos que debemos traer a la consideración. Este es un vasto drama que precisa su propio Sófocles del Paraná. Con el género que desee tratar la historia reciente, sea tragicomedia, ópera bufa, grotesque, sátira, commedia del arte, teatro de títeres.

¿No se podía lanzar una palabra y mantenerla sabiendo lo que valía? ¿No es eso finalmente el ser de la política? O siempre se debe entrar en el oscuro túnel de las negociaciones infinitas donde el Estado se hace cargo de las deudas privadas, como tantas otras veces, y que engorda las misteriosas formas de propiedad que terminan en Bancos de Basilea o en estudios jurídicos de Nueva York, en manos de especialistas en cortar el respirador artificial de países que son una hoja endeble en las borrascas mundiales. Hay una historia que en este tema de las relaciones empresariales de los gobiernos puede contarse. El peronismo tuvo varios rostros, desde condicionar a los empresarios con medidas más drásticas si no concedían mejoras laborales y respeto a los cuadros impositivos del país, a alentarlos para forjar la evanescente burguesía nacional. Luego nadie más tuvo esa fuerza y se fueron perdiendo empresas públicas. Al revés de un imaginario Estado capaz de tomar iniciativas con instrumentos económicos e institucionales válidos en un complejo mercado de poderosos entes privados, éstos ganaban competencias en YPF o Aerolíneas y otros organismos vitales, y apenas el kirchnerismo conseguía equilibrar por momentos la balanza entre Estado y la gran Empresa Privada. Vista en perspectiva, la privatización de los fondos de pensión que luego fueron recuperados, fue una hazaña cívica, republicana y nacional, de envergadura perdurable. Ahora es cierto que el documento de la Inspección de Justicia de Santa Fe que re-propone la Intervención total sin expropiación es muy contundente en la explicación de las confusas tramas de la empresa en sus otros dominios financieros y territoriales sigilosos, aunque de paso dedica un párrafo benevolente a sus obras “sociales” en las ciudades cautivas donde actúa. Pero que la decisión es de marcha atrás, si el diccionario de la política no pronuncia palabras en vano, sin duda lo es.

Ahora estábamos atravesando el tiempo de poder y querer saber qué es este gobierno. Esta curiosidad está amparada en una simpatía previa. Se sale de los aires contaminados del macrismo, un sector empresarial y social no poco importante, que creyó que la Argentina ya estaba madura para el control –otra vez la palabra policialesca–, el control total, sí, de los nudos de gobierno. Engolosinamiento que para los empresarios más sutiles no sería necesario, pues actuaban con operadores internos de los intereses empresarios revestidos de políticos de carrera. Pero el macrismo, vulgar, rastrero y directo como fue, cambió esa decisión, fusionó empresa y Estado. Bendecido por los óleos de Cargill y Vicentín y gasolina de Cristiano Ratazzi, corredor de la Fórmula 1 del empresariado que trató de expropiar el Estado con sus amigos del Pro. Los ejecutivos empresarios mimetizados con los ministerios y la presidencia misma, la Nación entendida entonces con una Proto Empresa.

El gobierno que sobrevino después y que votamos no estaba en condiciones de enfrentar de un modo concluyente y explícito una aglomerado económico cuya espesura partía de los estrategas comunicacionales de las empresas y de las empresas comunicacionales mismas, con su público raso en las trincheras desde donde también se ataca a la inevitable y necesaria cuarentena con argumentos libertarios sin reparar que cargan en su valija siniestra un cálculo de “muertes necesarias” ya estipuladas para el cumplimiento de un plan de debilitamiento y asestamiento de una cuchillada artera, en el indeciso cuerpo gubernamental. Se parte de que la movilización es sólo de las militancias de las derechas nacidas entre los Puertos Privados y la fila militarizada de balcones dirigidos por el Coronel Díaz, con sus cacerolas blindadas de gran alcance de tiro y su interior lubricado por aceite Vicentín.

Es hora que el Gobierno tome decisiones con conocimiento completo del riesgo que significan y el modo en que hay que ampararlas maduramente en argumentaciones y espacios de discusión y movilización novedosos. Si en cambio un día anuncia que abre las compuertas del enigma argentino y al primer crujir de los motores encendidos de los tractores de guerra, retira su vocabulario, corre el riesgo de quedar mudo y que sus palabras más encendidas sean víctimas de una inevitable descreencia de quienes efectivamente lo apoyan.

Ya sé que estos son torneos judiciales que tienen sutilezas que aquí no están tratadas. Sé también que el Gobierno preserva intenciones de cuño social avanzado y ya lo ha demostrado. Pero si hay un lenguaje jurídico que nos dice que esperemos la larga serie de cautelares o recusaciones hasta llegar a buen puerto (que no sea un puerto privado), también está el lenguaje de la política. Cuando se dijo hace una semana que se tomaría una medida soberanista en su máximo nivel constitucional, muchos dejaron de lado, con razón, la frase que decía que “eso ocurriría si no había otra medida superadora”. Parecía una fraseología al paso, de fácil interpretación que podía ser dejada de inmediato de lado. Pero lo “superador”, aquí, eran las agencias del retroceso que ya empezaban a operar. Y ahora ya están en la superación, en los vericuetos jurídicos que le quitan nitidez a la voluntad política inicial, en su precisa expresión de intensidad y constitucionalidad. Es fácil, caramba, superarse a sí mismos en la política argentina.

 

(*) Sociólogo, escritor y ensayista. Ex director de la Biblioteca Nacional.

 

Fuente: Blogspot  Ramble Tamble