En medio de la noche más oscura se escucha el inconfundible sonido de las bayonetas calándose con los fusiles enemigos. Ha llegado la hora de la batalla. Y será cuerpo a cuerpo. Los ingleses están allí, a escasos metros, listos para el combate.
El subteniente Juan Domingo Baldini grita: “¡Ya vienen los ingleses. Vamos a contraatacar!”.
En la cima del Monte Longdon, al mando de la primera sección de la Compañía B del Regimiento de Infantería 7, el estallido de una mina antipersonal, que un soldado británico había pisado cuando avanzaban sigilosamente para sorprenderlos, los había alertado.
Los Paracaidistas 3 (PARA 3) ya están muy cerca. Son las nueve y media de una noche helada en Malvinas. Muchos de los soldados descansan en sus carpas. Hay que reaccionar rápido. Baldini grita. Los alerta. Toma su fusil. Desde una tienda de campaña se escucha ajada y lejana la voz del Papa Juan Pablo II: Radio Colonia repite el mensaje que había dado esa mañana en Luján. El sumo pontífice había orado por la paz. Juan Domingo solo podía pensar en la guerra.
El subteniente corre con su fusil. Los siguen los cabos Orozco y Ríos. Corre hacia las alturas. Los estruendos de las bombas convierten al monte en un infierno.
Baldini ve cómo el soldado Flores, que sirve una de las ametralladoras, cae herido detrás de su MAG. Retrocede para ayudarlo. Toma la ametralladora y busca a los británicos que los superan cuatro a uno cantidad de hombres. El arma se traba. Intenta destrabarla con su bayoneta. No puede. Toma su Browning y sigue tirando.
Los Paras 3 están encima suyo, a menos de siete metros, sabe que ellos pueden verlo con sus visores nocturnos, él solo distingue las luces trazantes que dejan los disparos en la noche.
Flores se queja. Intenta socorrerlo. Por un instante gira y le da la espalda al enemigo. Las balas inglesas penetran su cuerpo. Cae herido de muerte, con su 9 mm en la mano.
Es el 11 de junio de 1982, la batalla -que duraría 12 horas y sería una de las más cruentas de la guerra- deja 31 muertos, 120 heridos y 50 prisioneros argentinos.
Juan Domingo Baldini no tenía una chapa identificatoria. Fue enterrado en febrero de 1983 por los ingleses en el Cementerio de Darwin como un Soldado Argentino Solo Conocido por Dios.
Hoy, 37 años después, el teniente post mortem es el soldado 115 en ser identificado en el marco del Plan Proyecto Humanitario. Su cuerpo yace en la tumba D.C.1.4 en el camposanto argentino en las islas.
Su identificación fue larga y compleja. Hijo único de Hedio Silverio Baldini y Antonia Riscal, nacido el 13 de febrero de 1958 en capital, sus padres ya habían fallecido cuando comenzó el proceso para identificar a los 122 soldados argentinos sin nombres enterrados en Malvinas.
El trabajo de la secretaría de Derechos Humanos, del Centro Ulloa, el veterano Julio Aro, el Equipo Argentino de Antropología Forense, hizo que finalmente se pudiera hallar a Julio Baldini, un primo que vive en Italia, y a Jorge Marcone, otro primo del caído que vive en la Argentina. Ellos fueron quienes dieron las muestras para cotejar los ADN.
El secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación, Claudio Avruj, expresó: “Estamos muy felices de poder anunciar una nueva identificación en el marco de este Plan Humanitario que es ejemplo en todo el mundo. Al asumir, hace cuatro años, tomamos el compromiso ético y moral con los familiares y hoy podemos decir que lo hicimos. Desde el lugar que nos toque en el futuro, seguiremos trabajando para alcanzar la totalidad de los héroes identificados. Hoy 115 héroes tienen su nombre para siempre en el cementerio de Darwin. Esto le da paz a los familiares y cierra heridas. Nosotros podemos decir que hemos honrado el compromiso que asumimos”.
Después de la guerra, sus padres siempre buscaron a Juan Domingo. Murieron sin saber dónde estaba el cuerpo de su único hijo. Pero Juan Domingo ahora tendrá una placa en Darwin que recordará su nombre. Y con su nombre se recordará su historia.
La breve historia de 24 años que cuenta que tuvo tres grandes amores en su vida: su madre, su novia con quien estaba comprometido e iba a casarse al regresar de Malvinas y la vocación militar para servir a la Patria.
Antes de partir a las islas, le había pedido a su madre, que acongojada lo abrazaba: “No llores mami, que esto es lo que me busqué yo; esta es la vida que elegí”.
Había crecido en Villa Pueyrredón, se distinguió como un buen alumno, varios años se llevó el diploma de mejor compañero, y lo apasionaba la natación que practicaba en el club “17 de octubre”.
La vocación por la carrera militar había surgido en la adolescencia. Decidido, en mayo de 1976, ingresó al Colegio Militar de donde egresó como subteniente de Infantería el 14 de diciembre de 1979. Cuando pudo elegir destino, pidió ir al Regimiento de Infantería 7 de la Plata para estar cerca de su familia.
Después, llegó Malvinas. Pisó las islas por primera vez el 17 de abril de 1982. Fue destinado a ocupar la ladera oeste de Monte Longdon. Estaba emocionado de defender la Patria. Creía en la causa.
Pasó 54 días de frío, lluvia y constante fuego de artillería naval inglesa por las noches. Cada hora, sin respiro, vivió la incertidumbre de desconocer cómo actuaría el enemigo.
Cuando llegó el momento, como todos los soldados del Monte Longdon, peleó cuerpo a cuerpo con los ingleses. Fue ascendido a teniente post mortem. Y recibió la Medalla de la Nación Argentina al Valor en Combate.
El comandante británico de los Paras 3, Julian Thompson, dijo de esa batalla: “Yo estaba a punto de retirar mis Paras de Monte Longdon. No podíamos creer que estos adolescentes vestidos como soldados nos estaban haciendo sufrir tantas bajas”.