CULTURA: Nanque vuelve a escena para entregarnos su cuento “Argelito Díaz nos cuenta”

Imagen para graficar el cuento "Argelito Díaz nos cuenta". (Foto: Getty Images).

SALTA (Especial para EL SOL ABC). Fin de semana para salir de la rutina de las balaceras, para recomponer nuestro espíritu con la literatura. Así presentamos un cuento-relato de Nanque, nuestro columnista literario, que nos deja para deleitarnos esta pieza literaria:

“Argelito Díaz nos cuenta”

——Por NANQUE

 

Vivir, correr, cantar, saltar, embarrarse, comer, sufrir, todos esos verbos juntos revoletean en la cabeza de Argelito Díaz, joven de unos 30 años, que, desde el viejo ómnibus, pintado de colores varios es como una mariposa en los polvorientos caminos; le insume a su corazón más vida por la desesperación por llegar a Las Lomitas, poblado en plena Llanura Chaqueña, distante a unos 418 km de Resistencia, capital de la provincia del Chaco. El sudor cae a gotas muy grandes sobre sus pobladas cejas y el sombrero panameño amarillo deja ver un rostro que todo lo descubre, luego de 12 años de haber partido de su casa con rumbo desconocido. Hasta el camino es como un amplio desfiladero de penas y recuerdos. Mira a cada rato su reloj de marca con fondo negro, y las nubes preanuncian para este tórrido diciembre una seguidilla de lluvias ariscas pero muy esperadas. Muchas de las fincas al costado de la ruta 81 han desparecido. Existen otros emprendimientos agrícolas muy difícil de saber a quién le pertenecen, porque viaja solo. En Resistencia (Chaco) se bajó la dama que lo acompañó desde Buenos Aires, donde ahora reside y trabaja Argelito.

Pasa el guarda de la empresa y le avisa que están a tan sólo 23 km de distancia del pueblo que lo vio gemir un 24 de diciembre de 1954, en una familia compuesta de 25 cristianos. Su papá Emilio Díaz y su madre Etelvina García Pintos, una española que por los cultivos de algodón de sus padres en la región había ido a vivir por esos pagos.

Todo es como descubrir un mundo nuevo. Camina y nadie lo saluda. Ninguno es conocido o sí, pero no se anima. Las calles están más limpias y se ve nuevo pavimento en algunas de ellas. El sigue caminando; casi como que insinúa sacarse el sombrero por el calor. El diáfano sol alumbra con mucha fuerza sobre las 11.30, cuando mira la hora. Es todo un descubrir su pueblo nacido en la provincia de Formosa, como lugar para los cultivos y la cría de ganado. Don Emilio forjó al penúltimo de sus hijos, al que de tantos no le dio el amor necesario, porque para aquellos días de diciembre tremenda parálisis corporal le había producido la picadura de un insecto salvaje como desconocido, cuando salía de la represa de agua luego de tremendo chapuzón. Así que Anselmo el mayor, con Juana y Sofía, fueron los sostenes de doña Etelvina, que tuvo que trasladarse a Buenos Aires buscando el remedio eficaz para el mal del Viejo, como ella lo llamaba.

La casa era de gritos y risas, porque la independencia era total. Los viejos en Buenos Aires en el hospital de Clínicas adonde llevaron para hacerles los estudios correspondientes y en el campo trabajando, aparte de los mayores, Vito, Carlos José, Esteban, Mariano “El Colorao”, Jacinto, Tomás, Juan José, Miguel, Eduardo y Décimotercero (el nombre elegido por don Emilio por el lugar entre los hijos y decía que le iba a traer mucha suerte en la vida), pero todos le llamaban “Décimo”.

Los demás eran Gervasio, Apolinario, Joaquín, Pedro, Pablo, Simón, Melanio, Inocencio, Argelino y Juan Marcelo, el benjamín.

Un fuerte remolino de viento levanta el polvillo fino de una tierra arenosa. Está su hermana Sofía con un pañuelo atado a la cabeza y barriendo bajo un sombroso quebracho, donde doña Etelvina sabía llamar a almorzar a todos en una larga mesa hecha de cuatro tablones de 3 metros y varios caballetes de soporte. Ni lo ha reconocido, pero sí lo ha visto llegar, que se apresura a dejar la escoba. Se acomoda un poco ese vestido diario de fajina y se acerca presurosa a la puerta que debe estar a unos 30 metros del alambrado y de la puerta realizada con la misma tela de alambre.

Antes, que diga nada el visitante, Sofía le dice: _ ¿A quién busca forastero?                                                        

Sin darle tiempo, el joven con ropa nueva y zapatos de la misma calidad, con ese sombrero aludo amarillo y con ceñidor negro, la abraza fuertemente: _ Yo busco a mi hermana Sofía…que dicen que se parece a usted…

Con los ojos llenos de lágrimas y temblando los labios, la mujer le contesta: _ No me digas, que eres el Argelino? No…no puede ser…tanto tiempo hermanito…mi Argelito querido…pasa por favor. Pensé que era un viajante de Buenos Aires…cómo hace tiempo que no escribís…no sabemos nada de vos hermano. Siempre con la mamá comentamos de vos y de tus picardías, como de tu primera novia…

_ ¿Y mamá dónde está? -pregunta el visitante.

_ Y con la edad que tiene y sus achaques…está en casa de “Décimo”, que es el mejor que está de todos. Él vive en la capital, allí tiene dos aserraderos y un supermercado. Además, se ha casao bien con una hija de polacos. Y como tiene todas las posibilidades para hacerle atender de su ciático y de su vista, así que preferimos que esté el mayor tiempo posible con él.

_ Todo está igualito. ¿O me parece? -pregunta Argelino.

_ Mirá… Argelito…muchas cosas han cambiao; desde que se murió el papá y que vos no viniste…sólo quedamos atendiendo las tierras el Vito, Carlos José, El Colorao y yo. Cada uno tenemos nuestras familias y hemos construido nuestras casas dentro de la finca. El Esteban vive en Resistencia, allí tiene un almacén de ramos generales. La Juana se casó y se fue a vivir a Corrientes; tiene dos hijos varones que son mellizos. El Jacinto junto a Tomás, Juan José, Miguel y Eduardo se han dedicao a la política. Trabajan en la capital para el gobernador…están bien. Todos están casados y el mismo Gobierno les ha otorgao su casa. Los más chicos, menos el Juan Marcelo, están en Paraguay y son grandes futbolistas; creo que sólo el Inocencio todavía juega; pero los demás están como técnicos o ayudantes…aunque yo de eso no sé mucho. El año pasado nos invitaron a pasar las fiestas de fin de año en la sede un club…creo que es el Cerro Porteño; flor de fiesta armamos, que hasta la Vieja bailó de la emoción…Así estamos…los que trabajamos las tierras les pagamos un alquiler a los otros hermanos…pero vos jamás reclamaste nada…

_ A eso he venido hermana… he venido a reclamar…

_ Pero antes, que llegue la gente pa’el almuerzo vení sentate, que te preparo unos mates… seguro que te debemos mucho hermanito…

_ Haciendo cuentas es una enormidad…pero todo es solucionable…sólo quiero que me lleves a la habitación de mamá…sólo quiero un recuerdo de ella… a eso he venido.

Mientras toman unos mates y los recuerdos siguen siendo una larga biblioteca de historias, tras historias, anécdotas y recuerdos; el sol comienza a pegar ante el frondoso árbol, que de tanto en tanto deja caer sus dulces frutos.

La tarde se ha pasado entre risas, apretones, algunos regalos de Argelino, con todos los de las casas presentes. A muchos el visitante no los recordaba, mucho menos a los que habían nacido luego de su partida. Todos eras sobrinos. Llega la noche, mientras las brasas crepitan antes del gran asado para Argelino, Sofía toma de la mano a su hermano de pelo ensortijado, con muchas canas prematuras y lo lleva a la habitación de Etelvina García Pintos, aquella española amante de García Lorca, Juan Ramón Jiménez, de Cervantes.

_ Y hermanito, ¿a qué te dedicas en Buenos Aires? Por tu estampa, bien podrías haberte dedicado al cine…

_ No… qué va ser hermana… yo soy escritor…de eso vivo. Y recuerdo que mamá me inculcó ese amor por los libros…ella en sus cartas me decía que tenía un amor sublime por García Márquez, el creador de Cien Años de Soledad. Hasta me hizo llegar de regalo ese texto. También me decía que nuestra familia era una pequeña Macondo; será por los tantos hijos y por tantas historias cruzadas en nuestra familia, donde el espíritu gregario como el de los amores inconstantes y el de las grandes fábulas de los abuelos, a quienes no conocimos. Nuestros padres se vinieron al campo, cortando todos los lazos…qué pena.

_ Ven pasa…si se entera mamá que le abrí la puerta… me mata. Pero no es para cualquiera, es para vos hermano. Mañana mismo podríamos viajar a verlos y darles la sorpresa a “Décimo” y de paso, luego retornar con mamá.

_ Me parece muy buena idea…lo único que quiero rescatar, y ese sería el pago total por lo que me deben… es un prólogo prometido por la Vieja y que nunca me lo hizo llegar…cuando le escribí que estaba contando en un libro, mitad ficción mitad realidad, la historia de nuestra familia, ella me contestó que lo más grato para ella y como un legado sería que le transcribiera el Prólogo que ella escribió para mi novela…

__ Ah… eso me lo mostró hermanito… ¿pero no te lo hizo llegar? -mientras busca en medio de tantos libros y cuadernos…- _Ve aquí está… yo lo sabía, porque me lo leyó…

En un papel perfumado de color rosa sobresalían airosas vocales y consonantes, que unidas decían lo siguiente:

“Quién no ha vivido singulares historias de amor. Quién no ha deseado ser ese Cervantes de tantas aventuras. Pero quién ha de ser el poseedor de ese hechizo mágico para contar la gran historia de los Díaz-García Pintos, tal como el gran Gabriel García Márquez nos contara la suya, dentro ese pueblo maravilloso que es Macondo”.

                                                      Para mi Argelito querido!!

Así mi hermana luego me dijo que mi primera novia, Blanca María, se había casado con Juan Marcelo, el menor de todos y que para tristeza de nosotros, ellos se hallaban detenidos en Paraguay por tráfico de estupefacientes.