Desesperado por legitimarse, el golpismo boliviano demoniza a las comitivas internacionales que verifican en el terreno las violaciones a los derechos humanos, incluidas la ONU y la CIDH. Terminada la persecución de cubanos y venezolanos, ¿por qué no probar con un grupo de argentinos?
La estabilidad democrática en Bolivia no solo sería excelente para los bolivianos. También para los argentinos. Incluyendo, naturalmente, al Presidente que asumirá ahorita mismo, el 10 de diciembre.
Una Bolivia sin nuevas baleaduras, para usar una palabra de Evo Morales, y con la perspectiva de elecciones rápidas, es hoy el principal objetivo de la oposición a la autopresidenta Jeanine Añez. Gane quien gane en esas elecciones, para la Argentina la estabilidad y la vuelta de la democracia tienen un valor esencial, de política interna y no solo de política exterior. Es imposible dormir si los vecinos de arriba la pasan mal porque alguien empezó a los golpes a las tres de la mañana. Y es doloroso el sufrimiento ajeno. Como la energía es finita, y la energía política también, el desbarajuste obligaría a la dupla Fernández & Fernández a concentrarse en otros temas que no sean el hambre, la reactivación, la deuda y la reconstrucción de la institucionalidad sudamericana. La desarticulación de Libia o Siria fue un hecho dramático para libios y sirios. Pero también para todo el Medio Oriente y el Mediterráneo, sometidos a la inestabilidad permanente.
La situación boliviana tiene una complejidad adicional, que a veces no se advierte desde afuera sin la información suficiente. El Movimiento al Socialismo de Morales no libra una sola batalla sino varias al mismo tiempo. Defiende la integridad física de sus dirigentes y militantes. Trata de evitar que los ex funcionarios vayan presos con acusaciones livianas de sedición o terrorismo. Busca articular a la dirigencia política con la dirigencia de los movimientos sociales, un articulación ya falta de lubricación antes del golpe y empeorada por el golpe. Y pelea por elecciones en el menor tiempo posible. Por dos motivos. Uno, para que la presunta transición, que no lo es porque se trata de un gobierno surgido de un golpe, tenga menos chances de introducir cambios económicos. Dos, para que no se perpetúe con excusas la constelación de poder hoy encabezada por Añez.
El MAS y los dirigentes sociales necesitan una presencia permanente de comitivas internacionales para reducir el daño y atenuar la represión. De la ONU, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y también de movimientos sociales u organismos de derechos humanos que documenten con rigor lo que sucede en El Alto y en Cochabamba.
El gobierno de Añez parece estar buscando la vuelta para neutralizar el efecto balsámico de las visitas. Quiere convertir cada una en un escándalo. Empujó al primer contingente de enviados especiales a las fronteras para que no hubiera testigos de la masacre. Como si solo el periodismo grabase hoy a un policía disparando contra cholas desarmadas. Luego hostigó con amenazas al segundo contingente de enviados. El tercer paso fue más allá. Como no podía cargar contra la CIDH y la ONU sin perder la disputa por la presunta legitimidad de Añez (que el gobierno de facto de Bolivia presenta como consecuencia del golpe contra Evo y no como su causa), optó por usar de blanco a los extranjeros.
Terminada la demonización de cubanos y venezolanos, ¿por qué no probar con un grupo de argentinos? “Hemos derrotado a quienes querían hacer un Vietnam en Bolivia”, exageró el ministro de Gobierno Arturo Murillo. “Estamos mirando a los extranjeros, y la policía no permitirá que cometan sedición”, agregó como si los periodistas o los dirigentes sociales quisieran deponer a las autoridades, cosa castigada por el artículo 123 del Código Penal, o “trastornar o turbar de cualquier otro modo el orden público”, como también reza el texto. Traducción: cualquier visitante será considerado una réplica de Ernesto Guevara cuando prendió la chispa de la guerrilla en 1967.
¿No será mucho? Parece que todo vale en el Plan Bo Libia.