SAN PEDRO DE JUJUY (Especial para EL SOL ABC-Por Avispón Negro). El otro día haciendo esos sesudos análisi de la situación del fulbo de antes, mi cumpa Origüela recordaba a un equipo que supo hacer historia, pero en los anales policiales. Sí, así mismito como lo escucha.
Me contaba el cumpa, que, en la formación de la Perla, en sus principios tuvo muchos asentamientos, cuando la ciudá tendría unas seis manzanas a la redonda, que para el lao del cementerio se hizo una juntadera de bolivianos, paraguayos, chilenos, polacos, turcos, tocomanos y catuchos y los matacos del lugar. Así que se puede imaginar que ni en el mejor laboratorio de fertilización in vitro se podría haber sacao tremendos especímenes. Es como si se hubiese cruzao jejenes con las abejas africanas y los guancoi (unos avispones negros medio azulaos).
Decían en los asaos los vecinos de la ciudá: “Che, no hay que ir por cerca del cementerio; porque si no te violan, te puñalean y te quitan todo”. Así que esta barriada que estaba en plena armazón rivalizaba en grande contra barriada que estaba en los ingresos de la ciudad, cuando la ruta nacional 34 pasaba por el medio de San Pedro. Se trataba del barrio Chino, otra especie de entrevero mal llevao. Güeno, todo eso hoy se ha modernizao; y los pocos chinos (matacos) se han estilizao con las cruzas y ahora todo está urbanizao, que parece la “Nueva California”.
De entre toda esta mescolanza, de historias y personajes, entre los años 80 y 90, se afianzó un equipito que ni Ardizzone ni Panzeri ni Fantino se animarían a hacerle una entrevista, o porque saldrían heridos o choreados. Porque los changos de entre 21 años hasta los 25, de villa San Martín, habían hecho un equipo, como excusa, sólo para chorear.
Y el cabecilla era el Negro Mendoza junto a Tulo, Roncha y Santiago —de aguatera estaba Japonés—, que habían armao un equipo improvisao pa’l fulbo, pero no pa’ hacerse con la guita de los triangulares o cuadrangulares que se hacían en canchas “difíciles”. La historia es bien interesante la de los “Marginaos de Villa San Martín” (ahora es barrio). Según mi compadre Origüela, en dicho sector de la ciudá sabían abundar güenos jugadores, que en los partidos del barrio siempre dejaban de lao al Negro, a Tulo, a Roncha o Santiago, que éstos decidieron hacer su propio equipo y desafiaron a los de “primera a” como se señalaban jactanciosos Chanchín, Petaco, Momentito Torres, el Enano Pelusa y otros como Finito Vergara.
Así el desafío era por plata y en el estadio central del villorrio, detrás del cementerio. Dicen que ese día no cabía ni un alma más en las gradas de tierra que había a la güelta del estadio, mezcladas con un poco de monte y el arroyo que la circundaba. Claro, ya comenzao el partido había indirectas y sobradas por parte del equipo de Chanchín, contra el del Negro Mendoza. La estrategia era resistir y meter leña, y jugar de contragolpe. Muy simple: mientras los güenos hacían firuletes, los marginaos metían piernas y la reventaban pa’ adelante donde el veloz Tulo –en ese momento era un flecha bus— trataba de agarrar una. El partido fue violento y con varios amagues de piñas y patadas, o de cabezazos. Pero los marginaos se resistían. Ya casi sobre el final del partido, cuando la hinchada se retiraba, el Negro se la da a Roncha que saca tremendo bombazo, que Finito no puede contener y de rebote la agarra Tulo y vence la resistencia del Flaco. Uno a cero, faltando un minuto. Qué lo parió, decían los “profesionales”. Y entre ellos comenzaron las puteadas. El hecho que el final fue estoico y que sirvió pa’que los marginaos tuvieran su bautizo de fuego. Pa’ qué, ahora ya no los paraba nadie. Si le ganamos a éstos que se dicen “güenos”, tenemos que empezar a salir y “a ganar guita”, pensaron. Y así comenzaron a ir al barrio Ejército del Norte, donde había dos canchas casi contiguas, donde siempre se hacían cuadrangulares. Era muy interesante, porque se juntaba mucha guita, que para los bolsillos flacos de los marginaos de San Martín era una “fortuna”.
Y es allí que le encuentran la veta de jugar y armar lío por cualquier motivo, y que el que tenía el pozo del torneo sea uno del barrio o amigo del equipo visitante. Así que armaban la rosca y el que tenía la plata, mientras todos estaban en medio de las peleas, se piraba con el botín y a cobrar. Y todos caían, algunas veces con los ojos hinchaos o los labios partíos, pero flor de asaos se comían. Así que así habrán hecho unas 6 ó 7 oportunidades, pero luego fueron “declaraos personas ingratas e insolventes, como dañinas pa’l fulbo”.
Alguna vez tuve oportunidá de hablar con el Negro, que me dijo: “Y bueno, había que sobrevivir en aquellos años de la Dictadura y como siempre teníamos hambre; aparte la comadre Japonés hacía ‘unas empanadas muy ricas’ y luego prendía su equipo de música y bailábamos hasta el amanecer. Quién nos quita lo bailao; supimos tener el ‘mejor equipo del mundo’ ”, me decía mientras se cagaba de la risa.