PARA LOS NIÑOS: cuentos cortos para leerlos antes que se vayan a dormir y compartir un tiempo de felicidad con sus hijos

Dos cuentos cortos para compartir con nuestros niños. Entre ellos, la "Juguetería de la calle Siete". (Foto: Ilustrativa).

BUENOS AIRES (Especial-EL SOL ABC). Ante el pedido de muchos lectores, que son abuelos o padres a los que les encanta la lectura, qué mejor que ofrecerles dos cuentos cortos que tienen algún mensaje y de paso les ayuda a tomar distancia de la televisión o de los dañinos juegos de las tablets, que sólo no hacen descansar el cerebro de los niños, sino que los torna más violentos o más solitarios.

Esta lectura debe ser en comunidad de la familia, para que uno de los que puedan los lea y el que quiera lo comente. Es un buen juego, que le permitirá a las mentes de sus niños descansar de tanta “basura suelta”.

El misterio del señor Braulio

 

——Autor: Eva María Rodríguez

Darío iba caminando por el parque, como todos los días. Acaban de terminar las clases y volvía a casa del colegio. Todos los días el paseo era exactamente igual. La misma gente, las mismas cosas. Incluso parecía que las palomas del parque que se paseaban por allí eran siempre las mismas.

Pero eso día ocurrió algo diferente. Junto a uno de los bancos del parque Darío encontró una billetera. Darío miró a su alrededor, pero no había nadie cerca. Tampoco había visto a nadie levantarse del banco.

Darío decidió recoger la cartera y mirar dentro, a ver si había algún dato del propietario. Pero no había nada. Solo unos cuantos billetes y una pegatina en la que decía: Propiedad del señor Braulio.

Darío no sabía quién era el señor Braulio. En todo caso, cogió la cartera y se la llevó. Ya pensaría qué hacer con ella.

Al día siguiente, en el mismo banco, Darío volvió a ver algo. Esta vez era un portafolios. En él sólo había un sobre con billetes y una pegatina que decía: Propiedad del señor Braulio. Darío se llevó el portafolios. Tendría que pensar algo.

Así fueron pasando los días y Darío seguían encontrando cosas en el mismo banco. Y siempre había dentro algo de dinero y la misma pegatina.

Darío quería encontrar al señor Braulio, pero ¿cómo? Sin más datos que un nombre era complicado. Entonces cayó en la cuenta de que Braulio no era precisamente un nombre muy corriente. Así que empezó a preguntar a la gente si conocían a alguien con ese nombre. Tardó unos días en dar con una persona que conocía a alguien con ese nombre. No tenía una dirección, pero sí pudo darle alguna pista de dónde encontrarlo.

Tras seguir la pista y otras que fue obteniendo, Darío dio con el señor Braulio. El muchacho esperaba encontrarse con un señor bastante mayor. En cambio el señor que le abrió la puerta no parecía tener más de cuarenta años.

-¿Es usted el señor Braulio? -preguntó Darío.

-Sí, soy yo -dijo el señor-. Y tú, ¿quién eres? ¿Quieres pasar?

-No, señor, no entro en la casa de la gente que no conozco. De hecho, si fuera tan amable, preferiría que habláramos en otra parte.

-Muy bien, vamos a la cafetería que hay allí enfrente.

Ya en la cafetería, el niño le dijo:

– Me llamo Darío. He encontrado unas cosas que tal vez le pertenezcan.

Darío le dio cuenta de todo lo que tenía. El señor Braulio confirmó que había perdido todo eso, pero Darío le pidió algunos datos, detalles de los objetos que había recogido, datos que no le había dado para confirmar que todo aquello era suyo. Cuando confirmó que todo era verdad se lo devolvió.

-¡Vaya! -exclamó el señor Braulio-. Si está todo, incluso el dinero. ¿Por qué no te lo has quedado?

-El misterio del señor Braulio. Porque no era mío -dijo Darío.

-Pues muchas gracias, jovencito -dijo el señor Braulio-. Verás, he repartido cosas de éstas por toda la ciudad. Llevo meses haciéndolo. Y la única persona que me ha devuelto las cosas has sido tú.

El señor Braulio le contó a Darío que era periodista, que había puesto cámaras y que había grabado lo que hacía la gente que encontraba sus cosas, como parte de un reportaje que estaba preparando.

-Quería demostrar que todavía hay gente honesta -le dijo finalmente.

-Pero ha perdido usted mucho dinero en el intento -dijo Darío.

-En realidad no -dijo el señor Braulio-. Todo el dinero era falso. Todos los que se han quedado con él se van a llevar un buen chasco. En cambio, tú sí que te mereces una recompensa.

-No es necesario, señor Braulio -dijo Darío.

-Al menos déjame que te invite a merendar.

-Eso me parece perfecto. Gracias, señor Braulio.

 


La juguetería de la calle Siete

 

—–Autor: Eva María Rodríguez

La juguetería de la calle Siete. En la calle Siete había una juguetería enorme llena de hermosos juguetes. A todos los niños les encantaba pararse delante de su escaparate a contemplar los peluches, los coches, los muñecos, los juegos de construcción, los disfraces y todo lo que allí había.

Pero la juguetería de la calle Siete no era una juguetería normal. Su dueña era en realidad una bruja malvada que hechizaba los juguetes para que cuando los niños los mirasen a través del cristal, desearan tenerlos de inmediato. Por eso la juguetería de la calle Siete era la que única que vendía juguetes de toda la ciudad, y todas las demás tuvieron que acabar cerrando.

Los niños tenían cada vez más y más juguetes, pero realmente no los deseaban, sino que estaban bajo el hechizo de la bruja y por eso siempre querían más. Los papás de toda la ciudad se estaban volviendo locos. Ya no sabían qué hacer. ¿Qué estaba pasando para que sus hijos quisieran tantas cosas desesperadamente? ¿Por qué siempre querían más? ¿Por qué jugaban con sus juguetes nuevos sólo el primer día y luego volvían a pedir otro?

Un día se reunieron todos los papás para intentar solucionar aquella extraña situación. Pero no era fácil. Unos querían tapar el escaparate de la juguetería de la calle Siete, otros querían cerrarle el negocio a la dueña y otros pretendían poner un mercadillo y vender los juguetes para poder seguir comprando nuevos juguetes a sus hijos.

Al final, a alguien se le ocurrió la idea de ir a hablar con la dueña de la juguetería. Y así lo hicieron. Pero la dueña no soltó prenda. Sin embargo, quienes fueron a hablar con ella se dieron cuenta de que había algo que ocultaba, pero como no podían colarse en la juguetería por la noche para investigar, porque era ilegal, decidieron quedarse observando desde la calle para ver qué pasaba.

Descubrieron que la dueña limpiaba todos los días el cristal del escaparate con un líquido verde que al evaporarse se quedaba transparente, y que a los niños, al tocar el cristal, les brillaban los ojos durante un segundo, durante el cual el mismo color verde del líquido aparecía en sus pupilas.

– ¡La dueña es una farsante! – dijo uno de los padres que lo había visto todo.

La juguetería de la calle Siete al día siguiente, la policía entró en la juguetería, lo registró todo de arriba a abajo y encontró a la bruja justo cuando preparaba su poción mágica para los cristales.

Cuando se la llevaron a la cárcel, la juguetería se cerró. Los niños, al principio, estaban muy disgustados, pero poco a poco empezaron a valorar todos los juguetes que tenían en casa y a jugar con ellos.

Durante años no volvió a abrirse una juguetería en la ciudad, así que los propios padres montaron un mercadillo de juguetes en los que los niños intercambiaban los juguetes que tenían para poder jugar con juguetes diferentes. Así, todos los niños aprendieron a ser más agradecidos y a valorar lo que tenían.