CULTURA: Paola Delgado nos cuenta una situación singular vivida en los años ‘90

El parque San Martín en Salta, lugar de miles de historias encontradas, como la que cuenta Paola Delgado. (Foto: Vía País).

SALTA (Especial-EL SOL ABC). Recogimos esta historia contada por la multifacética Paola Delgado, actriz, bailarina, artesana, coplera y estudiante de Letras, que es muy singular pero además contextualiza una situación que viven muchas mujeres, ante situaciones tan dolorosas, pero que sin embargo nos las amilana para ser lo que tienen que ser, “esas leonas que cuidan sus cachorros con el mayor amor del mundo, que es el amor de madre, solitaria ante el mundo”. Por ello editamos y se la presentamos, como sólo Paola lo puede contar:

“En los años 90, cuando tenía 16, trabajaba en una fábrica de cigarrillos, empaquetando. Pagaban dos monedas y cuando se les daba la gana, porque la mayoría, sobre todo las mujeres, estábamos en negro, y porque en teoría no se vendía nada. Laburábamos de domingo a domingo, estábamos a mediados de mes y no habíamos cobrado nada, ni un ‘adelanto atrasado’. Una compañera que era más grande que yo, de unos 25 años, que tenía un nene y una nena, una mañana me contó que el día anterior había sido espantoso; no tenía nada para darles de comer a los hijos; y los padres de éstos, uno ya se había borrado hace bastante y el otro no aparecía hacía meses. Por lo que en la noche tomó la decisión de irse al parque San Martin a levantar un tipo y que le pagara. Le cobró $ 50; en ese momento era un montón (50 dólares). De camino de vuelta a su casa compró pan, leche y otras cosas para cocinarles a los chicos.

Ella estaba entre contenta y enojada esa mañana por toda la situación. Yo sentí crecer en mí una enorme admiración por esa chica durante su relato, ya que antes de él era una simple compañera de trabajo y después, se convirtió en una mujer enorme; de una valentía que no tenía medida para mí.

Ojalá hubiera podido ver mi cara, porque el recuerdo de mi cuerpo es que me quedé en suspenso, mirándola, con ganas de abrazarla: no toco mucho a la gente, así que sólo lo dejé ahí.
Guardo ese momento en mi memoria con el mejor de los cariños. Y siempre pienso que juzgar a quienes deciden prostituirse es de gente muy pequeña. Ella me enseñó que según las circunstancias una hace lo que tiene que hacer y con las herramientas que se tengan y puedan. Claro que es mejor que las herramientas sean lo suficientemente buenas para no tener que vendernos, pero ¿cuántas veces no hemos vendido mucho más que sólo nuestros cuerpos?
Abrazo de memoria para aquella compañera y a todes les compañeres que deciden el valor de sus acciones con libertad y amor”.