LITERATURA: Neuman nos entrega su “Monólogo de la Mirona”

Andrés Neuman. (Foto: El Ortiba).

BUENOS AIRES (Especial para EL SOL ABC). Buena síntesis para el finde que se precia caluroso y con lluvias, para refugiarnos en cálido te de tarde para leer a Andrés Neuman.

De lo que rescatamos de su pequeña biografía que “es hijo de músicos argentinos exiliados (de madre violinista, Delia Galán, de origen franco-español, y padre oboísta, Víctor Neuman, de origen judío ashkenazí), tiene la ciudadanía argentina y española. La historia novelada de sus ancestros europeos, los exilios y migraciones familiares, su infancia argentina y el secuestro de su tía paterna durante la dictadura cívico-militar, puede leerse en su libro Una vez Argentina”.

Sabido esto, le invitamos a leer:

MONÓLOGO DE LA MIRONA

Por Andrés Neuman

Cuando estoy, por ejemplo, como ahora, sola en una cafetería, con la vista perdida en la calle de enfrente, y de pronto en la puerta de la iglesia se agolpa una multitud que se saluda y conversa y ríe, y aparece un bebé en brazos, dormido, indiferente, cuya presencia festejan todos, y se congregan en semicírculo para fotografiarse, y yo me fijo en una chica que lleva una falda corta, blanca, con unos muslos gruesos de los que sin embargo ella parece orgullosa, y cuando los concurrentes posan frente al fotógrafo, todos de espaldas a la cafetería, y veo que la mano bronceada de uno de los hombres, un hombre guapo que con el otro brazo rodea a la que podría ser su esposa, se dirige veloz hacia esa falda y busca, palpa, aprieta las nalgas abundantes de la chica sin que ella proteste ni se inmute, entonces me doy cuenta de que a mí nunca me pasa nada.

Y cuando aparto la vista de la iglesia y el camarero se acerca a retirar mi taza, un taza en la que, sin querer, he dejado la marca morada de mis labios, y el camarero repara en esa huella, se demora un momento y después huye despavorido, quizá porque ha notado que soy demasiado joven, los hombres con la espalda como él, lo sé muy bien, a nosotras nos miran pero no nos hablan, o nos hablan pero no nos preguntan nuestros nombres, y cuando el camarero se aleja con su espalda enorme y sus pantalones ajustados y sus zapatos seguros de sí mismos, deja mi taza sobre la barra, extrae su teléfono de un bolsillo y lee algo en la pantalla que lo hace sonreír, yo me doy cuenta de que a mí nunca me pasa nada.

Y cuando, dentro del bus, un abuelo se levanta para cederle su asiento a una abuela, y ella sonríe con cierto conflicto, a medias halagada por la galantería, a medias ofendida por la evidencia de su condición, hasta que el bolso de la abuela resbala por su hombro cuarteado igual que el bolso, y cae al suelo, y un espejito viejo, nacarado, de señora, encantador, queda abierto en mitad del pasillo, y el abuelo se agacha con admirable esfuerzo a recoger el espejito, con riesgo de caerse, y el autobús da un frenazo, y el abuelo se aferra como puede a las barras, tarda una eternidad en erguirse de nuevo y le entrega a la señora, rescatado, valiosísimo, su espejito y su bolso y su juventud, y cuando la abuela se lo agradece con una inclinación sin poder evitar, en ese mismo instante, mirarse en el espejito y acomodarse el poco cabello que le queda, yo compruebo que a mí nunca me pasa nada.

Y cuando vuelvo con mi libreta intacta, sin haber repasado ni una página de esos apuntes aburridísimos por los que mañana me van a preguntar, y subo las escaleras corriendo porque me sobra energía, y a través de la puerta de nuestros vecinos llegan murmullos, música de fondo, risas, exclamaciones ahogadas, y cuando entro en casa, saludo, nadie responde, avanzo, paso frente a la habitación de mi hermano y lo veo descargándose porno, atento a su tarea, absorbido, entregado, y escucho a mi padre gritándole a mi madre, y a mi madre lloriqueando, y a mi padre diciéndole que deje de hacerse la víctima, y a mi madre contestando que a él le vendría muy bien aprender a llorar, entonces yo me encierro en mi habitación y me recuesto a seguir pensando por qué la vida de los demás siempre parece tan intensa, tan real, pero a mí en cambio nunca me pasa nada.

 

(De: Hacerse el muerto, 2013)

Fuente: El Ortiba