LITERATURA: Nanque penetra en los riscos del Illimani con su prosa iluminadora

El majestuoso cóndor sobre las laderas del eterno Illimani cerca de La Paz (Bolivia). (Bolivia in Your Hands-Twitter).

SALTA (Especial para EL SOL ABC). No existe buhardilla que Nanque no conozca. Así damos a conocer para deleite de los lectores, otro de sus mensajes sanadores, que en forma de relato nos entrega para hacernos conocer uno de sus viajes por las escarpadas lozas del Illimani, montaña gloriosa y altiva que cubre con su manto eterno una de las ciudades más bendecidas del planeta: La Paz (Bolivia).

Ahora es tiempo de soñar, porque los argentinos estamos engañados por esos “hombres amarillos” de los que habla Nanque. Pero nada es para siempre.

A los pies del Illimani. (Foto: Illimani Treks).

El hombre y el niño

Por NANQUE, El Caminante (January-XXI-MMXV)

Grandes nubes, entre blancas hasta el infinito con bordes negros agrisados, son los techos que caminan sobre lo que miro desde arriba, desde el pico más alto.  Acúsome de cóndor. Desde allí veo caminar como contando las piedras amarronadas que rodean la angosta y gastada huella. Si se habrá visto miles de conciencias vírgenes desandar estas rocosidades. Sigo al detalle al hombre de caminar cansino y hombros anchos, piel cobriza, y mucha agua destilada por sus poros, anima al pequeño que lleva de la mano, mientras el niño a cada rato levanta su rostro para escuchar las palabras del mayor.

En los riscos más altos del sendero que lleva a la cumbre del Illimani se siente el frío. Sobre las espaldas del hombre moreno y con sus pies nada más cubiertos con unas ojotas de goma, se contonea al ritmo del esternón del  macizo hombre un avío de queso de cabra y choclos con unas habas negras.

Por ratos el dios sol deja ver sus rayos ensimismados de vida en tan irregulares espacios y hasta el viento se lastima entre las piedras, sin embargo insiste y yo sigo silenciosamente al hombre y al niño; será que me interesa escuchar o presenciar, los que alguna vez hablaron de los sacrificios incas. El camino está acercándose hasta una cima roma, no antes silente ante las ráfagas de aguanieve. El niño le alcanza la bolsa de cuero con agua, ya faltan pocos metros. No veo cansancio.

Mi mirada revolotea a lo largo de los cañadones y desde la pulpa  de los cantos rodados se ven goteras del deshielo y musgos largos como hebras de barbas de chivato.

Silencio. El hombre abraza al niño mirando desde la cumbre la inmensidad de los territorios de donde somos todos y donde todos los soles y lunas nos transformamos.

Cuatro ojos, dos bocas, cuatro oídos, cuatro manos, cuatro pies temblando ante la Madre Naturaleza.

_Papá…papá, ¿eso blanco que relumbra allá arriba son las barbas de la montaña?

El aire frío envuelve las manos del hombre que abre su fardel de alimentos ante el niño que se asombra de todo lo que sus ojos descubren. Le indica al niño su parte de queso y habas con la mitad de un choclo de maíces negros. Comen con intensidad y mucha hambre no sin antes acomodarse en unas piedras grandes como asientos.

_ Tatita…decime, ¿por qué hemos venido hasta las montañas?

Acomoda en su boca de labios gruesos y secos la botija de cuero con agua pura con un poco de limoncillo de las yungas. Se limpia con las manos duras los restos de queso y choclo. Se levanta y camina hacia los bordes del gigante macizo y desde allí mira hacia el infinito. Nubes que cruzan ante el ardiente sol que cae mostrando los primeros ángulos de la primera tarde.

Vuelve la mirada ante el niño que limpia su pequeña boca y le pide agua.

_ Hemos venido hijo por nuestras tradiciones, por nuestra Pachamama. Decían los abuelos que en los comienzos de los años, el jefe de la familia y su hijo hombre mayor debían llegar hasta la punta de la montaña para ofrendar semillas y agua a la Madre Tierra, pidiéndole protección para toda la familia.

_ Tata… ¿es lo mismito la Pachamama que Dios?

_ Es que Dios lo abarca todo…hasta a la Pachamama la abarca, así como la montaña contiene el agua y el mineral… Dios nos contiene a todos.

_ Y entonces, Tatita… ¿por qué esos hombres amarillos y gigantes dicen que esto es suyo?

_ Porque ellos saben que nada es de nadie… sino que quieren que trabajemos para ellos. Son tan débiles que necesitan de la fortaleza nuestra, por ello utilizan balas y fusiles, para decir que lo que dicen es verdad. La verdad está en estas montañas, en ese cóndor que nos mira, como si escuchara lo que decimos. Nunca podrán quitarnos nuestros sueños y tradiciones, porque mientras se mantengan éstos sobreviviremos a los tiempos…

Un graznido en el filo de la roca, cerca del gran nido. Una bala que traspasa el silencio y luego oscurece todo.  Algunas plumas negras y blancas dibujan al rey de las alturas en su postrer vuelo. Negritud, oscuridad.

Mientras el hombre y el niño siguen con sus oraciones.