LA HISTORIA DE LA MEZQUINDAD

La mezquindad no es el simple acto, sino la condicionante del mismo. El como sí. (Ilustración: Patricio Betteo).

CIUDAD DE MÉXICO, DF (Especial-Nexos-Por Maruan Soto Antaki *). Por ser tanto una condición y comportarse dentro de los cánones de la pasión, como por expresarse a través de diversas manifestaciones que definen a la condición en sí, a la mezquindad, pariente lejano del cinismo, lo más prudente es acercarse por medio del pensamiento alrededor de ella.

A menudo se comporta como la forma verdosa del resentimiento, la vanidad o de la envidia. Otras, de un rechazo rupestre a las limitaciones propias. Es mezquino quien desprecia, minimiza o cuestiona el éxito ajeno como si éste le hubiera pertenecido y después le fue arrebatado, aunque jamás haya estado cerca de sus dominios. También lo es quien regatea las tragedias como si hablar de una obligara a excluir a las otras, que son muchas. Son mezquinos los individuos y pueden serlo los Estados, los gobiernos que conducen las acciones de esos Estados, y los grupos que se conforman en una voz con la capacidad de imponerse sobre otros individuos, normalmente con menos posibilidades que los primeros. Hay mezquindad en el no reconocimiento a quien lo merece, como si al otorgarlo se abdicara el orgullo propio.

Para Aristóteles, la mezquindad es un vicio que desvía la virtud generosa, pero a pesar de prestarse al antagonismo, la generosidad sólo encuentra su opuesto en lo mezquino cuando existe la comprensión, por somera que sea, de los elementos que implicarían generosidad. Es decir, si alguien con hambre ve a una persona comiendo y éste se da la media vuelta, sólo se tratará de un mezquino si se percata del hambre, el temor más largo y espantoso de los humanos. En caso contrario estaremos apenas hablando de un mísero cretino.

La mezquindad siempre tiene un dejo de maldad, pero la pequeñez de su naturaleza le impide ser siquiera un mal respetable, de esos a los que se les escriben novelas. Al carecer del elemento pícaro tampoco es malicia; la mezquindad, un reflejo minúsculo, es lo mediocre del conjunto en las acciones negativas.

Tampoco se debe confundir con la indiferencia cualquiera y vulgar. Ésta, en ocasiones, aunque reprobable si sus consecuencias implican un costo, sobre todo humano, puede surgir sin una intención o un objetivo razonado. Por la misma vía no es adecuado confundir la mezquindad con la incapacidad de atención. El mezquino reacciona ante los elementos externos que reclaman cuidado desde la mera idea de humanidad —esa amplitud con la que medimos, entre otras cosas, la decencia—, y es consciente de sus rechazos incluso sin serlo de los efectos que acompañan ese rechazo. Si entendemos la humanidad como la calidad desde la que percibimos la relación con el resto de nosotros, la mezquindad es el mejor camino para destruir las bases de una sociedad.

Por encima de sus expresiones, la mezquindad es una reacción humana con la que se resiste hasta el punto de la negación, la existencia de aquello que no coincide con nuestro deseo, nuestra percepción o nuestros intereses. Sin embargo, es recomendable tener cuidado al juzgar las formas de esos intereses. No todo acto que sólo ve por los objetivos individuales será mezquino, como sí lo será aquel que, para cumplir ese interés, desconoce lo que debería ponerse por encima de lo personal y aplazable o modificable, según el daño al individuo. Por ejemplo, el sufrimiento ajeno. ¿Qué interés personal es superior al sufrimiento de un otro y puede darse por satisfecho a pesar de la existencia del sufrimiento?

 

La jerarquía del acto mezquino

La jerarquía del acto mezquino se establece a través del daño al sujeto que relegó la mezquindad. La falta de una recomendación académica podrá ser mezquina y propinarle una mala noche a un estudiante, pero jamás tanto como la pasividad ante una dictadura que oprime a su población.

Para el siglo XII, Tomás de Aquino estableció la que hoy sigue siendo una de las acepciones de la mezquindad. A su vez, en cierta medida responsable de su vaguedad y de su secuestro por el discurso religioso. Definida como el opuesto a la magnificencia y enlazándola a la virtud de quien da por encima de todo, en previsión de una causa entendida como justa, con la implementación política de sus ideas se le depositó a la Iglesia la capacidad de definir los conceptos de justicia ante los cuales se podría actuar mezquinamente. Bajo tal premisa, pasó a los escenarios de la codicia. Sólo que no todo tacaño es mezquino. Para entrar a esta categoría deberá justificar la ausencia de su probable generosidad con falsedades que negarán, en simultáneo, la necesidad y su capacidad de hacer algo ante ella. El egoísmo, si bien se asemeja a la mezquindad, tiene con ella una relación circular. Para formar parte de la mezquindad, instrumento legitimador por excelencia del egoísmo, éste necesitará de una acción con consecuencias negativas sobre un otro en desventaja.

Igual que ocurre con el odio, la mezquindad se propaga como virus afectando según la relación entre los individuos o grupos de individuos. La mezquindad de un uno sin poder nunca será tan dañina como la de un poderoso, o la de muchos. Como la de un país.

Esta pasión es suficientemente poderosa como para impedir ver lo que se tenga en frente, así sea una idea adecuada o prometedora, un individuo en miseria, o un pueblo entero sufriendo. La ceguera que impone se arriesga a coquetear con el error y cuando sucede, únicamente le queda extinguirse o crecer como cualquier mentira. Para sostenerse, requiere de una construcción elaborada que, en el caso de surgir desde la mezquindad, terminará por aumentar la carga tóxica de sus atributos: la suma de percepciones que complacen a una visión alejada de la realidad para acoplarse a la realidad del mezquino.

Políticos o religiosos, así como cada posición que se encuentre en un nivel jerárquico superior a otro, son sujetos de enfermar de mezquindad. Maestros, periodistas, intelectuales, escritores, etcétera. Dicha superioridad es medida exclusivamente por la capacidad de acción ante un hecho. Los ismos, todos, los nacionalismos, los colonialismos y los fanatismos, como estructuras de reforzamiento tribal e identitarios, son propensos a la mezquindad por el simple efecto demoledor de cualquier agrupación que se convierte en masa. Los más siempre tendrán mayor capacidad de intervenir contra la vida de los menos.

La mezquindad, siempre y únicamente se verá en quienes, de una u otra forma, pueden ejercerla sobre alguien más vulnerable. El vulnerable, en consecuencia, será el sujeto de la mezquindad y sólo si llega —con todo y su vulnerabilidad en un aspecto— a una posición de mayor dominio o comodidad en otro diferente, se encontrará en posibilidades de replicar el acto mezquino. Quien niega la realidad precaria de un otro y a causa de esa negación, teniendo la posibilidad de hacer algo para aminorarla, decide ignorar o actuar en dirección contraria a esa capacidad, se acercará a la acción mezquina.

La Ilustración le imprimió a la mezquindad cierto carácter cívico y la alejó de los conceptos religiosos. Ya no se aplicaría el criterio con los ojos subjetivos de hacer el bien, con la visión moral del dogma, sino a partir de la búsqueda de estructuras basadas en la igualdad, la libertad, la cooperación y el derecho. La mezquindad moderna permanecerá en lo individual siguiendo los preceptos clásicos, pero añadiendo las acciones de los Estados con otros Estados y sus poblaciones. Añadiendo la noción de crueldad. El siglo XX, de sus tragedias, debió enseñar que la indolencia como política es un acto mezquino que se cobra en las vidas de los semejantes. El XXI, exhibe uno de nuestros mayores fracasos con la continuidad de la inacción y la permisibilidad ante el terror y el sufrimiento.

Rechazar la mezquindad es intentar escapar de la decadencia de las cosas, tomando como límite de lo decadente la imposibilidad de convivir para minimizar el daño de esa misma convivencia que cada vez es más extensa a causa de nuestro propio desarrollo.

Rechazar la más despreciable de las pasiones se tiende a incluir dentro de los terrenos morales en aras de prever las consecuencias de lo impredecible, y de los defectos en nuestros esquemas sociales. Hoy, más que nunca, evitar la mezquindad es un simple asunto de supervivencia relacionado con la ética: la responsabilidad hacia el otro. De nuevo, nosotros.

 

 

(*) Maruan Soto Antaki

Escritor. Ha publicado Casa Damasco, La carta del verdugo, Reserva del vacío, Clandestino, Pensar Medio Oriente, El jardín del honor y Pensar México. Twitter: @_Maruan.