En estas Pascuas, Nanque te acerca a ese punto donde te hace pensar

De tanto mirarnos el ombligo, el día que descubrimos a Dios a veces nos libera de tan pesada piedra. (Foto: Infovaticana).

SALTA (Especial para EL SOL ABC). Día especial de domingo en familia, y más si es cristiana, donde queda tiempo para la lectura.

Hoy podemos recorrer mundos infinitos, pero Nanque nos pone en el recuerdo este relato místico que nos da otra mirada sobre quién es Dios y dónde está, ya que existen muchos que no lo descubrieron y se cierran en viejos panfletos amarillentos por lo olvidados que están y que no tienen mucho asidero.

Según de este relato que EL SOL ABC se anima a compartir con ustedes amigos lectores, el autor lo escribió en febrero de 2016. Y el mismo es el siguiente:

ENCUENTRO DE DIOS Y UN ATEO

-Por NANQUE, EL ESPIRITUAL (FEBRUARIUS-XVII-XIII)

Como siempre Dios, que todo lo puede, salió a caminar por un pueblo color terracota vestido de un viejito caminante. Todos saludaban al Viejito, los aromas que salían de las casas, los pájaros, los árboles, el sol, el viento, los cerros de colores. Así a cada kilómetro de su caminar hacía un intervalo para divisar el horizonte.

En ese trayecto, en sentido contrario, ve venir a él a un hombre joven, de unos 35 años, con el cuerpo muy quemado por el astro rey y con una pequeña mochila multicolor sobre sus espaldas. De rostro claro, pero rojizo, pelos ensortijados rubios y un cuerpo que denotaba, tras de sus ropas, un deportista de montaña. Estaba todo transpirado.

El joven ve venir al Viejito y se apura a encontrarse con Él. Es que necesitaba saber cuál era el camino correcto para llegar pronto a destino.

_ Eh, anciano, ¿usted es de aquí?

_ Buenos días, joven caminante… sí soy de este lugar magnánimo. Lo veo con el rostro muy cansado; ¿se encuentra perdido?

_ No, qué va a ser… sólo que quiero llegar pronto al cerro de los Siete Colores. ¿Usted de dónde viene, que tiene la cara con arrugas pero sin una gota de sudor, a pesar del fuerte sol?

_ Ahorita, vengo de aquellas lomas peladas de buscar restos pétreos de los animales que vivieron en otras eras por estos lares. Y será la tantita agua que tomo la que hace que mi rostro se mantenga.

_ No, no le creo!! Usted con esa edad no creo que haya caminado hasta las lomas si hasta allí hay como 60 kilómetros. Además, ¿usted cree que existieron los dinosaurios? Mire abuelito, yo sólo creo en lo que veo. Y hasta ahora nunca he visto un dinosaurio vivo, sólo en las películas. Lo único que me falta es que en este lugar perdido del mundo, usted me diga que existe Dios.

_ Eso lo dijo usted. Yo lo único en que creo es en el hombre y en el hijo del hombre; y por eso creo en usted. Creo en usted que necesita llegar al cerro de Siete Colores, que está entre dos caminos de aquí a unas veinte leguas. Tome el de la derecha, buen hombre.

_ Gracias, abuelito, muchas gracias por sus datos.

Pasaron como seis meses de su travesía, ya instalado en su casa de una moderna ciudad, al momento de afeitarse el hombre de la mochila se hace un pequeño corte en la barbilla y acerca cada vez más su cara para ver la herida. Allí le viene a la memoria el Viejito y el diálogo que había tenido con Él. Se miró fijamente en el espejo, se miró los ojos. Y partir de eso, comenzó a creer en Él mismo.