Apego, civilización y la naturaleza del ser humano

El estudio de un fémur le posibilitó descubrir a la antropóloga Margaret el primer signo de civilización dentro de una cultura. (Foto: Enfoques).

BUENOS AIRES (Especial para EL SOL ABC- Por Rita Filich *). Por estos días muchos intelectuales han comenzado a pensar el “nuevo mundo” que nos espera y qué será del Hombre como individuo o como formador de masas colectivas. Por eso es interesante extractar uno de los párrafos más claros de libro de la escritora, poeta y antropóloga Margaret Mead, llamado “Adolescencia, sexo y cultura en Samoa”. Allí lo explica de una manera muy contundente.

Una vez un estudiante le preguntó en una ocasión a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización en una cultura, seguramente esperando una respuesta como ser anzuelos, ollas de barro o piedras de moler. Pero su respuesta sorprendió a todos. Mead respondió que “el primer signo de civilización en una cultura antigua era un fémur que se había roto y luego sanado. Explicó que, en el reino animal, si te rompes una pierna tu destino es la muerte. No puedes huir del peligro, ir al río a beber o buscar comida. Eres carne para bestias que merodean. Ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane. Por lo tanto, un fémur roto que ha sanado es evidencia de que alguien se ha tomado el tiempo para quedarse con el herido, lo ha vendado, lo llevó a un lugar seguro y lo ha ayudado a recuperarse. Por lo tanto, concluyó, que ayudar a alguien, más en las dificultades, es el punto donde comienza la civilización”.

Hace varios años, cuando estudiaba psicología en la facultad, leí el texto de Margared Mead donde expresaba su teoría sobre la civilización. Ya en ese momento me resultó  movilizante. Pero al leerlo hoy, con una realidad que nos supera, nos obliga a pensar y nos provoca tantas sensaciones cambiantes, sus palabras toman un significado mucho más profundo y real, por decirlo de alguna manera, o más sentido desde la experiencia colectiva quizás.

Es un claro ejemplo de la necesidad del ser humano de crear vínculos para garantizarnos nada más y nada menos que la supervivencia, ¿menuda tarea…no? Y como si esto fuera poco, también dependemos de esos vínculos para establecer la seguridad emocional que necesitamos para desenvolvernos el resto de nuestra vida. Desde el primer segundo de vida necesitamos de otros para sobrevivir, y es justamente en esos primeros años donde se van formando los circuitos neuronales que guiarán la manera en que vamos a conducirnos en las posteriores relaciones significativas que forjemos y cómo vamos a sentir las mismas.

Somos vulnerables e interdependientes por naturaleza, no podemos cambiarlo. Esto nos va a llevar a que a lo largo de toda nuestra vida entablemos relaciones con otros con el fin de sentirnos seguros y a cuidarnos mutuamente. Siempre vamos a recurrir a los demás, aunque de diferentes maneras, algunos más apegados y temerosos, otros de una manera más tranquila y lejana. Pero siempre debe haber un otro que responda a nuestra demanda de cuidado, atención, seguridad o afecto.

Vale la pena recordarlo hoy, en el contexto actual que estamos viviendo. Cuando se presenta un cambio en el modo en que estamos acostumbrados a relacionarnos con los demás. Donde vamos aprendiendo y reaprendiendo nuevas formas de hacerlo con el fin de satisfacer ésas necesidades. Pero, sobre todo, en un contexto donde no debemos olvidar jamás que sólo podemos sobrevivir CON el otro y POR el otro. No existe otra manera. Solidaridad, empatía, colaboración y compasión deben ser nuestras palabras claves y cotidianas. Deben dejar de ser sólo palabras y convertirse en realidades para siempre y para todos.

Fuente: Enfoques Misiones

(*) Licenciada en Psicología y escritora, como colaboradora de varios medios de prensa.